Todo el mundo ha oído hablar del Síndrome de Diógenes. Se trata de un problema de salud más serio de lo que puede parecer en un principio y que debe ser tratado a nivel psicológico y psiquiátrico de forma inmediata y continuada. Suelen padecerlo personas, muchas veces solas, que empiezan a acumular objetos de manera desmesurada en sus hogares, hasta que hay tal exceso, que se convierte en un entorno opresivo y enfermizo. El problema ya es mucho más grave cuando esos objetos, prendas, libros, revistas, etc se convierten en ¡basura!

No hace mucho estuve en casa de unos clientes que solicitaron un servicio de organización. La casa estaba tremendamente desordenada, pero tenía una explicación muy lógica ya que se acababan de mudar a este nuevo domicilio y no habían tenido tiempo de distribuir y colocar las cosas en su sitio a causa de sus obligaciones laborales. De hecho, por ello solicitaron nuestra ayuda.

Hasta ahí todo bien…

El problema empiezo a detectarlo cuando, al comenzar a ordenar la habitación de su hijo de 14 años, observo como aún guardan todos sus juegos y juguetes de cuando el chico tenía 3, 4, 5, 6, 7 ,8…..años. En fin, ¡de toda su vida! Al iniciar mi tarea y preguntar al chico si quería guardar esto y lo otro, él me hacía un gesto con los hombros como queriendo decir: “No se,…me da igual” y apareció su madre para decirme que esto y aquello eran ¡¡RECUERDOS!! En esos momentos, mi cara de asombro fue tal que creo que mis ojos querían salir de sus órbitas. Literalmente, aluciné. Había tal cantidad de peluches sucios, cajas de puzzles rotas y llenas de polvo, cochecitos de todos los tamaños, muchos de ellos rotos, juegos con componentes metálicos oxidados y demás barbaridades insalubres y hasta algo peligrosas, que no pude por más que decirles con toda la educación del mundo que no era nada sano tener todo eso guardado todavía en los armarios de la habitación de su hijo. Os recuerdo que venían de una reciente mudanza y que todos esos, con perdón, TRASTOS, habían ido de la antigua casa al nuevo hogar en cajas cerradas y embaladas perfectamente, en lugar de aprovechar ese gran momento para tirarlos. ¿A que parece increíble? Pues es real como la vida misma.

Felizmente, después de no pocas explicaciones y de intentarles convencer de que eso que para ellos eran RECUERDOS, a su hijo no se lo parecían para nada, logramos eliminar un 75% de lo que había allí. Cuando acabé aquella estancia y me llevé a mi coche todo lo descartado, llené por completo el maletero; un maletero tan grande como la cara de satisfacción del chaval al ver su renovada habitación.